La inmensidad
ante una ciudad tan magnífica nos hace sentirnos pequeñas motas de polvo
revoloteando.
Tengo la sensación de haber vivido ya en
Toledo, en algún tiempo remoto, donde la Inquisición perseguía a brujas y
curanderas.
Recorriendo las callejuelas, tanto siniestras
como seductoras, imagino a las gentes de entonces bañadas con la tenue luz
azafranada del casco antiguo, unas siluetas borrosas que me traen algún que
otro déjà vu.
Al abandonar la ciudad no puedo evitar pensar que
solo son fáciles sugestiones, delirios soñados en un lugar que a cualquiera le
tentaría el alma.